Golpeado por el desplome bursátil y la presión de los grandes inversores, el expresidente Donald Trump suspendió por 90 días la aplicación de aranceles a la mayoría de los países del mundo. La decisión representa un giro radical en una de las banderas centrales de su discurso económico: el uso de aranceles como herramienta para “reindustrializar” Estados Unidos.
La decisión llegó tras días de tensión en los mercados financieros. Wall Street no soportó el impacto del anuncio arancelario, y tanto el índice Nasdaq como el S&P 500 sufrieron caídas significativas. La reacción fue inmediata: apenas Trump anunció la suspensión temporal, el Nasdaq trepó un 10% y el S&P 500 subió un 8%, en la que ya se considera la recuperación bursátil más acelerada desde marzo de 2020, durante la salida de la pandemia.
En paralelo, Trump intentó mantener una postura de firmeza frente a China, al anunciar un incremento del 125% en los aranceles a los productos importados desde ese país, en respuesta a la reciente medida de Pekín de subir los aranceles a los productos estadounidenses al 84%.
“He autorizado una pausa de 90 días y un arancel recíproco sustancialmente reducido durante este período”, escribió el republicano en su red social Truth Social, intentando contener el daño simbólico que implica este retroceso.
Entre los sectores que más presionaron al expresidente se encuentran los grandes capitales tecnológicos. El propio Elon Musk, uno de los empresarios que más apoyó públicamente a Trump, fue uno de los más perjudicados. Las acciones de Tesla se habían desplomado, pero recuperaron un 20% de su valor tras la marcha atrás del republicano.
El banco de inversión Goldman Sachs emitió un informe tras el anuncio en el que revocó su proyección de recesión para la economía estadounidense.
“Estamos regresando a nuestro pronóstico de no recesión, que prevé un crecimiento del 0,5% del PBI”, afirmó la entidad.
Este revés genera nuevas dudas sobre la viabilidad del modelo económico que promueve Trump. Su apuesta por los aranceles como medio para revitalizar el Rust Belt, la región industrial del Medio Oeste compuesta por ciudades como Detroit, Cleveland, Pittsburgh o Buffalo, parece enfrentar obstáculos estructurales difíciles de revertir con medidas proteccionistas.
Estas ciudades, otrora centros neurálgicos de la industria del acero y los ferrocarriles, se han convertido en zonas deprimidas, marcadas por la despoblación y el desempleo. Fueron precisamente estos votantes quienes catapultaron a Trump en 2016, esperanzados en su promesa de “Make America Great Again”, una promesa que hoy vuelve a estar en entredicho.