Aunque Germán Vargas Lleras y Álvaro Uribe comparten orígenes políticos similares —ambos formados en el Partido Liberal antes de girar hacia la derecha— sus trayectorias han estado marcadas por rivalidades soterradas, distanciamientos ideológicos y tensiones no resueltas que hacen complejo cualquier intento de acercamiento.
Durante el primer gobierno de Uribe (2002–2006), Vargas Lleras fue un aliado clave desde el Senado, respaldando el enfoque de seguridad democrática y la reelección presidencial. Sin embargo, a medida que Uribe consolidó su hegemonía política, las diferencias comenzaron a emerger. Vargas, con aspiraciones presidenciales propias, empezó a tomar distancia, especialmente cuando se discutía una segunda reelección que habría bloqueado sus posibilidades.
El quiebre definitivo llegó con la elección de Juan Manuel Santos en 2010. Vargas fue una pieza central de ese gobierno, primero como ministro del Interior y después como vicepresidente, consolidando un proyecto tecnocrático propio. Pero fue el respaldo de Santos al Acuerdo de Paz con las FARC lo que selló la ruptura: Uribe emergió como su principal opositor, mientras Vargas permaneció en la órbita santista, aunque con matices.
La oposición radical de Uribe al Acuerdo de Paz se convirtió en su bandera política a partir de 2016. En contraste, Vargas Lleras, aunque crítico de algunos puntos del acuerdo, respaldó el proceso en términos generales. En el plebiscito de ese año, el líder de Cambio Radical no se alineó con el “No” liderado por Uribe, lo que profundizó la brecha entre ambos.
Esa distancia se mantuvo durante la campaña de 2018, cuando Vargas Lleras lanzó su candidatura presidencial por fuera del uribismo y terminó siendo uno de los grandes derrotados. Para entonces, Iván Duque —el ungido por Uribe— ya lideraba las encuestas con el respaldo del Centro Democrático y los sectores conservadores.
La posibilidad de una alianza entre Uribe y Vargas Lleras es, cuando menos, paradójica. Germán Vargas fue vicepresidente durante el primer mandato de Juan Manuel Santos, con quien Uribe rompió públicamente tras su respaldo al Acuerdo de Paz con las FARC en 2016. Cambio Radical, el partido de Vargas, apoyó en su momento esa negociación, lo cual lo convirtió en blanco de críticas del uribismo.
Hoy Uribe plantea la necesidad de una “coalición de base popular”, con la cual buscaría reagrupar sectores no petristas, sin recurrir a lo que él denomina “acuerdos de cenáculo” o repartijas burocráticas. El gesto hacia Vargas Lleras —aunque espontáneo y surgido de la interacción con un simpatizante— dejó entrever que el expresidente no descarta una alianza pragmática con viejos adversarios si el clamor ciudadano así lo permite. “Nada de negociación burocrática, pero bienvenidas todas las propuestas populares”, enfatizó. Con el gobierno Petro en el poder y las cartas del 2026 aún barajándose, la posibilidad de esta alianza podría parecer contradictoria a la luz de su historia. Pero la política colombiana ha demostrado que los intereses coyunturales pueden superar viejas disputas, especialmente cuando el adversario común es más fuerte.
Por eso la insistencia de Uribe en que “el pueblo” debe definir las candidaturas, y no los acuerdos en las élites, revela un intento por adaptar su discurso al clima político actual, en el que la desconfianza hacia las cúpulas partidistas es alta. Aunque sus palabras parecen una crítica al clientelismo, también se inscriben en una lógica populista en la que el líder “interpreta” el sentir ciudadano desde abajo, pero sin mecanismos formales de participación.
Y, más allá de los gestos, la posibilidad de una coalición entre Uribe y Vargas Lleras enfrentaría varios obstáculos. Por un lado, las bases uribistas más fieles ven con recelo cualquier acercamiento con figuras asociadas al santismo o al establecimiento tradicional. Por otro, Vargas ha buscado perfilarse como una opción independiente, centrada en la tecnocracia y en un discurso de eficiencia estatal, más que en la política de identidad ideológica que caracteriza al uribismo.
Aun así, ambos comparten críticas al gobierno Petro, una narrativa de “orden y legalidad” y una apuesta por la economía de mercado. En un escenario de segunda vuelta polarizada, una alianza coyuntural no está descartada, sin embargo, no sería entonces un pacto natural, sino un matrimonio por conveniencia política. Y como tal, dependerá más del cálculo electoral que de afinidades genuinas.