La paradoja portuguesa es clara: la economía ha resistido, pero la política se tambalea. En los últimos años, Portugal ha registrado mejoras sostenidas en varios indicadores clave:
Sin embargo, en contraste con esos avances económicos, la política portuguesa ha vivido una sucesión constante de crisis institucionales y adelantos electorales, desdibujando lo que, hasta hace poco, era una imagen de moderación y continuidad.
Estas elecciones anticipadas se celebran tras la renuncia del primer ministro socialista António Costa, envuelto en una investigación judicial por presunta corrupción en contratos energéticos. Aunque Costa no ha sido formalmente acusado, su dimisión desató una crisis política que obligó a convocar nuevos comicios, apenas dos años después de haber obtenido una mayoría absoluta.
El Partido Socialista (PS), ahora liderado por Pedro Nuno Santos, busca revalidar su papel como eje de estabilidad en un panorama fragmentado. En frente, la centroderecha, encabezada por la Alianza Democrática (una coalición liderada por el Partido Social Demócrata, PSD), intenta capitalizar el desgaste del gobierno saliente.
Mientras tanto, el ascenso de partidos más radicales, como el populista Chega, liderado por André Ventura, añade una dosis de incertidumbre y podría obligar a pactos impensables hasta hace poco.
Portugal fue, durante años, visto como un modelo de recuperación y equilibrio institucional en la Europa del sur, en parte gracias a la llamada “geringonça”, la coalición de izquierda que sostuvo a Costa desde 2015. Pero la falta de una cultura de coaliciones formales, sumada a escándalos y rivalidades internas, ha provocado un efecto dominó de rupturas políticas que han llevado al país a repetir elecciones una y otra vez.
En total, cinco comicios legislativos en nueve años, con gobiernos de corta duración o en minoría, muestran que el sistema portugués sufre una creciente dificultad para sostener pactos duraderos.
Lo que está en juego este domingo no es solo un cambio de partido en el poder. Es la posibilidad de que Portugal recupere un horizonte político claro, capaz de sostener reformas, preservar los avances económicos y evitar la volatilidad institucional. En un continente marcado por la polarización, Portugal se juega su lugar como ejemplo de gobernabilidad moderada o como otro caso más de democracias atrapadas en la inestabilidad crónica.