León XIV: un nombre, una señal

La elección del nuevo pontífice, que se ha presentado al mundo como León XIV, no es solo una renovación del liderazgo de la Iglesia católica. Es una declaración de intenciones. En un mundo donde los gestos importan tanto como las palabras, el nombre que el nuevo Papa ha escogido remite a una estirpe dura, institucionalista y marcadamente conservadora. No es casualidad.
A sus 69 años, el Papa León XIV es siete años menor que su predecesor Francisco cuando asumió el papado. TIZIANA FABI - AFP
A sus 69 años, el Papa León XIV es siete años menor que su predecesor Francisco cuando asumió el papado. TIZIANA FABI - AFP

El último Papa con ese nombre, León XIII, gobernó hace más de un siglo. Fue un intelectual riguroso que enfrentó la cuestión social de la Revolución Industrial con la encíclica Rerum Novarum, una defensa pionera de los derechos laborales dentro del pensamiento católico. Pero los Leones en la historia del papado también han representado firmeza doctrinal, jerarquía clara y una visión de Iglesia como fortaleza frente a los cambios del mundo. El nuevo León XIV, al elegir este nombre, está trazando una línea: quiere marcar un contraste con la figura pastoral y reformista de Francisco.

La elección llega en un momento delicado. Francisco, el primer Papa latinoamericano, abrió debates que incomodaron a los sectores más tradicionales: impulsó reformas a la Curia, abogó por una Iglesia menos eurocéntrica, intentó abrir espacio a las voces femeninas y adoptó una postura crítica frente al capitalismo desenfrenado. Aunque muchos de sus gestos fueron más simbólicos que estructurales, rompió con décadas de silencio frente a temas espinosos. Su legado —admirado por unos, temido por otros— está ahora en juego.

El perfil de León XIV aún está por definirse, pero sus primeras señales son claras: una vuelta a las formas, al control institucional, al centro. Habrá que ver si esto implica una restauración del orden conservador o una reorganización del poder vaticano bajo nuevos equilibrios. En cualquiera de los dos escenarios, la elección no es neutra. Es el resultado de un cónclave donde las tensiones internas de la Iglesia —entre reforma y tradición, entre norte y sur global, entre lo pastoral y lo doctrinal— se expresaron en votos y silencios.

Desde América Latina, donde la figura de Francisco fue clave para poner temas como la paz, la desigualdad o la crisis climática en la agenda eclesial, la elección de León XIV genera preguntas más que certezas. ¿Tendrá el nuevo Papa el mismo compromiso con los territorios periféricos? ¿Se mantendrá el respaldo simbólico a procesos sociales y políticos en nuestra región, o volverán los tiempos de neutralidad ambigua? ¿Qué espacio quedará para las voces que, dentro de la Iglesia, siguen pidiendo cambios reales?

En El Objetivo, miramos esta elección no como un asunto de fe, sino como un episodio de alto contenido político. Porque en Roma no solo se elige a un líder espiritual. Se elige una brújula moral para millones. Se elige una voz con poder de veto, de mediación, de legitimación. Se elige, en definitiva, qué Iglesia tendrá el mundo en tiempos de crisis global, polarización y desconfianza.

León XIV empieza su pontificado con un símbolo de fuerza. Ahora deberá demostrar si esa fuerza es para resistir al mundo, o para transformarlo.

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