La decisión de unirse a la Iniciativa de la Franja y la Ruta —sin que mediara un tratado vinculante ni compromisos financieros inmediatos— fue calculada, pero no pasó desapercibida. Para Estados Unidos, que ha considerado a Colombia su principal aliado en Sudamérica, el anuncio representó una señal incómoda en medio de su pulseo global con China. Washington no tardó en responder: amenazas de cortar apoyo financiero, advertencias sobre seguridad y mensajes diplomáticos crípticos llegaron desde el Capitolio y el Departamento de Estado.
Aunque el gobierno de Gustavo Petro busca diversificar sus alianzas sin romper con sus socios históricos, la cercanía con China pone a prueba el equilibrio en sectores sensibles como defensa, inteligencia y cooperación antidrogas.
El déficit fiscal colombiano y la necesidad de infraestructura vuelven seductora la oferta china. El gigante asiático puso sobre la mesa líneas de crédito multimillonarias, mientras Colombia solicita ingreso al Nuevo Banco de Desarrollo del grupo Brics. Petro lo dice sin rodeos: “si ellos nos prestan a mejor tasa, vamos con ellos”.
Pero esa frase abre interrogantes. Países como Sri Lanka y Yibuti ya cayeron en la llamada “trampa de la deuda”, donde China termina controlando proyectos clave tras impagos. En América Latina, el caso venezolano —con 60 mil millones de dólares de deuda— y las disputas legales en Perú con Cosco Shipping son advertencias.
En el terreno económico, el mayor reto es cerrar la abismal brecha comercial. En 2024, Colombia importó más de 15 mil millones de dólares en productos chinos y exportó menos de 2.400 millones. El gobierno habla de potencial: café, flores, carne de res. Pero los gremios son escépticos. El ejemplo del aguacate, que no logró entrar con fuerza, es ilustrativo.
Además, Colombia ha abandonado las grandes ferias de exportación en China. China no es una oportunidad automática. Hay que conquistarla.
Por otro lado, el interés de Colombia por atraer inversión tecnológica china podría redibujar el mapa de la infraestructura digital del país. Un satélite de comunicaciones, una fibra óptica submarina entre Asia y Sudamérica, un nuevo centro de datos en alianza con Emiratos Árabes: todo suena a modernización, pero también a vulnerabilidad.
Durante su visita a China, Petro se reunió con Huawei, empresa que en EE. UU. ha sido blanco de sanciones por sospechas de espionaje. En Colombia, Huawei ya compite por manejar la “nube pública” donde se alojan los datos estatales. Pero los riesgos son reales: en China, las empresas deben compartir sus datos con el Estado.
Y en medio de este reacomodo geopolítico, Colombia carece de un servicio exterior robusto para navegar aguas tan turbulentas. El gobierno ha recortado el peso institucional de la Cancillería, que no lideró el acuerdo con China. La canciller Laura Sarabia, cercana al círculo íntimo del presidente, no tiene trayectoria diplomática, y los relevos en el cargo han sido frecuentes.
La falta de funcionarios capacitados en cultura y lengua china es solo la punta del iceberg. La desconexión entre gobierno y gremios empresariales también erosiona las posibilidades de aprovechar el nuevo eje Beijing–Bogotá.
Petro se presentó en la Cumbre Celac–China con un discurso ambicioso: unir al Sur Global bajo una nueva narrativa multipolar. China, con su retórica anticolonial, aplaudió la propuesta. Pero la realidad fue más modesta: su reunión con Lula y Boric duró solo 15 minutos. La integración regional sigue siendo una promesa lejana.
“La Celac no tiene músculo político, y las ideas de integración tipo Unión Europea son poco realistas”, explica Borda. Y más allá de la retórica, el club que se conforma alrededor de China incluye regímenes autoritarios como Rusia, Irán y Corea del Norte. ¿Puede Colombia alinear sus intereses sin comprometer sus principios democráticos?